CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANOCENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO
CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO. FEDERICO-5 de junio de 1898




NOSOTROS, LOS HUMANOS

Gloria Cepeda Vargas

Cuando mi reloj biológico marcaba aproximadamente las siete de la mañana, ya su ronroneo me distraía. Eran los tiempos de Buenaventura, cuando me escapaba a jugar con los cangrejos que hervían en el subsuelo lodoso de la casa palafítica que habitábamos al occidente del pueblo. Entonces ignoraba que el balanceo de las gaviotas sobre la línea del mar, era la poesía. Esa puerta entreabierta donde todavía me detengo a atisbar el prodigio. Ese súcubo, duende o arcángel burlón que se entretenía saltando entre las barandas de la cama o me precipitaba a un abismo sin fondo cuyo nombre aprendí después. La mujer, el hombre, el andrógino o qué sé yo, imponiendo su locura divina a un mundo que se decía cuerdo, sabedores de su poderío, jugando al escondite con las erudiciones y arrogancias humanas.

Son incontables las páginas dedicadas a definirla. Asombrosa la audacia que intenta ubicarla. Inexplicable la categoría oracular dada a retóricas, análisis literarios o conclusiones circunstanciales, todos sumidos en una humareda tan densa que nos impide reconocer nuestra pequeña sombra.

Es tan absurdo pretender desglosar las piezas de un poema como si fuera una máquina de escribir, como intentar ubicarlo en corrientes circunstanciales. La metáfora no es más que la rama a que nos asimos para permanecer en la superficie, seducidos por el misterio de los espejismos.

Al poema no solo lo acreditan rima o métrica, verso libre o licencia de última generación. No hay escuela ni época que lo definan porque las puntillas, alfileres, pegamentos y demás utensilios necesarios para la construcción siempre efímera del objeto, no caben en su agenda.

¿Qué Benedetti no fue un poeta sino un constructor de versos? Discutible. ¿Qué el soneto es un género demodé? Polémico ¿Qué el adverbio no debe hacer acto de presencia en un escrito que se respete o que el amor, con su inevitable osamenta de miel, debe momificarse en todo poema “riguroso” o en todo canto que aspire a vestir frac?

En este laberinto al que no ha podido sustraerse la humanidad de nuevo contoneo, impone su eficiencia el oído poético. Ese conocimiento del equilibrio primitivo presente en todo lo existente y perceptible solo a través de ese canal finísimo donde hasta el rumor se mimetiza.

Así que jóvenes y no tan jóvenes, académicos, pluscuamperfectos y asépticos caballeros y damas, la poesía no es nueva ni vieja, solo el latido de un corazón que intuyo tan poderoso como la vida y tan incoercible como lo que no entenderemos jamás.


GLORIA CEPEDA VARGAS